Educación HOY!

28.8.06

El estigma de ser pobre


Todos conocemos la existencia de numerosos focos de perpetuación de la pobreza, pero ¿en qué medida somos nosotros partícipes de ese círculo? ¿Cómo la sociedad "crea" subgrupos marginados e incapacitados de salir de su propia realidad?

El estigma se define como una condición calificativa diferenciadora en sentido peyorativo aplicable a un grupo o persona en relación a otro grupo o persona. Esta situación se da en una relación de diferencias de poder entre éstos que permiten la perpetuación del estigma.
En la literatura especializada podemos encontrar distintas clasificaciones dentro de la estigmatización. Una particularmente gráfica y simple es la que propone Irving Goffmann (1922 Canadá - m. 1982 E.E.U.U., sociólogo):

- Personas estigmatizadas: personas que son estigmatizadas por un rasgo diferenciador físico el cual no puede ser escondido. Un ejemplo frecuente -quizá no tanto en nuestro país como en otros- es el color de la piel.

- Personas estigmatizables: son aquellas personas que por una condición no evidenciable a simple vista pudieran llegar a ser estigmatizadas. Por ejemplo, una persona que vive en un barrio marginal y pobre, que mientras no explicite esta condición en la relación con una persona que potencialmente la estigmatizaría, no será efectivamente estigmatizada.

De esto deducimos que la condición de pobre como estigma, esto es, en conjunto con todos los adjetivos que hoy se nos vienen a la cabezas detrás a este concepto, podría se definida dentro de la segunda clasificación.
La importancia de esto radica en el condicionamiento del estigma “pobre” a una realidad conceptual potencialmente variable en su concepción social. Es decir, existe la posibilidad de modificar e incluso eliminar el estigma sólo en función de las posibilidades de connotación que le demos a la condición pura de pobreza.
De este modo nos enfrentamos a el estigma en forma más acotada para analizarlo en su relación con la pobreza.

Hoy el estigma de pobreza es otorgado fundamentalmente en función del lugar donde se viva, muchas veces siendo incluso independiente del ingreso económico o cultural real del afectado. Y de esto creo que somos todos conscientes. Es por esto que focalizaré el análisis en este elemento.

El establecimiento de los pobres en agrupaciones o microcomunidades que se delimitan con una “nominación de origen”, es decir, un lugar físico con un nombre en particular (por ejemplo, población El Volcán), generan un fenómeno social particular que llevará a esa comunidad a establecer una identidad propia. La agrupación de estas familias carenciadas económica y culturalmente, una vez establecidas como grupo particular, comienzan un proceso progresivo de deterioro de calidad de vida y reducción de posibilidades culturales y educativas de surgimiento, yendo progresivamente hacia una degradación por diversos factores como el sumergimiento en las drogas, el tráfico de éstas, la delincuencia y finalmente la eliminación de iniciativas de reestructuración social a favor de la reintegración a la comunidad macro.
Y ¿en qué medida nosotros participamos de este proceso? Por un lado está el estado que ha errado las políticas públicas de construcción de vivienda social y apoyo a las iniciativas de organización comunitaria, manteniendo y perpetuando con ello el ciclo de degradación de estas comunidades, no proveyendo de oportunidades nuevas de reestructuración que son la base del cambio para la desestigmatización.
Por el otro lado, estamos todos nosotros quienes también jugamos un rol en todo este proceso. De hecho es el grupo externo a los estigmatizados quienes realizan la acción de estigmatizar y discriminar según esta clasificación.
La estigmatización resulta especialmente significativa en los procesos de reintegración de estos grupos marginados a la sociedad. Según estudios, estos procesos de reintegración están constituidos fundamentalmente por el área de desarrollo e integración laboral. En esa área queda claramente manifiesta la discriminación toda vez que por pertenecer la persona postulante al trabajo a uno de estas áreas geográficas marcadas o guetos es automáticamente descartada, pues es considerada a priori como floja, sin potencial emprendedor, irresponsable y muy probablemente drogadicto. Claro es que todas estas calificaciones corresponden a prejuicios que conforman precisamente el estigma del pobre.
Así, el pobre se enfrenta a una discriminación que merma sifnigicativamente sus posibilidades de surgimiento, creándose en su entorno un círculo vicioso de negatividad y ausencia de modelos positivos. Los niños aprenden que sus expectativas desde el instante mismo de nacimiento no superan la calidad de vivida que llevan sus padres y que deben aceptar la condición de marginalidad sin esperanzas de algo mejor (desesperanza aprendida). Así el círculo se perpetúa. El proceso defensivo de la aceptación del estigma se vuelve en contra de sus oportunidades de surgimiento.
Cuando el pobre enfrenta este problema nacen dos tipos de respuesta: la resiliencia desde el punto de vista personal, y la organización social desde el punto de vista colectivo. Siendo la primera la única alternativa a seguir cuando el proceso degenerativo del grupo humano dominante del grupo –la mafia, los narcotraficantes y delincuentes- no permite otra dirección.
Por otro lado, está el proceso de negación y valoración de una identidad grupal, que con la aceptación implícita, intenta valorar características de supervivencia desarrolladas al alero del instinto vital. De este modo, la gente de las poblaciones dice vivir “acostumbrada” a los robos y los balazos. Dicen ser “choros” y “fuertes” por vivir en esas condiciones. Sin embargo, el inconsciente siempre reciente estas condiciones de por si estresantes para vivir, y que no permiten la realización de las actividades normales y adaptativas de la vida, tan necesarias como la recreación sana y la educación. Así también, los espacios para las organizaciones sociales de soporte y ayuda se van cerrando por la jerarquía y dominio de las mafias establecidas, factor que también fortalece la perpetuación del fenómeno.


Es entonces aquí donde está nuestro trabajo y el del estado para revertir esta terrible situación.
Una de las propuestas que impulsan los estudiosos del tema es la integración disgregada (o por segmentos) de estos grupos a la sociedad. Esto es, desarmar la organización viciosa de estos grupos, desestructurando el funcionamiento de las mafias y permitiendo la organización social en pro de la autosuperación e institucionalización de los procesos de aprendizaje que permitan a esas familias la reintegración en el progreso y el bienestar común.
Aquí nace la pregunta, ¿estaríamos dispuestos a que en frente de nuestra casa migrara una porción de estas familias para alcanzar exitosamente su proceso reintegrativo? ¿Estaría dispuesto yo a aportar en algo a este fenómeno de cambio social?
Otra de las propuestas es que se renombre estas áreas físicas de conflicto, dando una nueva oportunidad a sus habitantes. Así, por ejemplo, una persona de “La Legua” renombrada como, por ejemplo, “”nevados de las cruces” incrementaría automáticamente sus opotunidades de trabajo. Lo cual nos deja en evidencia que un prejuicio puede ser tan absurdo como este hecho (y si lo damos vuelta, podríamos pensar también, que la mayoría de nosotros no conoce estos lugares marginales, y que si estuviésemos dentro de ellos en determinado momento sin saber dónde estamos, no estigmatizaríamos el lugar hasta conocerlo).

El resto lo dejo a conciencia de cada uno. Lo que sí está claro, es que todos formamos parte de la sociedad y que los fenómenos como este son responsabilidad de todos.

GIDECH