Educación HOY!

29.11.06

Identificación del elemento motivacional en la educación

El desafío es cómo llegar a educar de una manera que resulte interesante para el individuo educado y que además resulte en un aprendizaje adaptativo y funcional para su propia vida y la sociedad que constituye. ¿Cómo hacer esto?.. Esa es la gran pregunta.

La historia nos habla de diversos estilos y fórmulas de enseñanza que probablemente cumplieron con los objetivos propuestos para ese entonces, pero claramente, hoy las metodologías no están llegando a los objetivos (al menos las que se aplican generalizadamente en nuestro país), de ahí que nace la necesidad de partir desde un análisis bastante básico de la problemática y así buscar soluciones teóricas y luego prácticas.

Lo primero es la acción. El hombre actúa en función del fin de su actuar, que puede ser conciente o inconciente, desde hechos tan simples como lavarse los dientes, donde el beneficio es evidente, hasta actos u acciones de límites “borrosos” como perdonar verdaderamente a una persona, donde los fines y los beneficios se esconden detrás de razones socioculturales muchas veces inabarcables por nuestra capacidad limitada de explicar los fenómenos. Viendo las cosas desde este punto, es claro que cuando el inconciente no nos acompaña en la generación de un estímulo suficiente para la realización de una tarea, debemos llevar el beneficio supuesto de la acción a la volición conciente para que se produzca tal acción que deseamos experimentar.

En este caso en particular, la acción es aprender; entonces: ¿Cuál ha de ser la motivación, finalidad o beneficio fundamental sobre el cual se base nuestro actuar: “aprender”?

Adentrándonos en el análisis, y llegando a lados más “pedregosos”, nos debemos cuestionar cuáles serían las motivaciones fundamentales de los actos básicos del vivir: comer, beber, relacionarse con otros a nivel social y sexual. Una respuesta sería que todos esos actos básicos nos permiten autosustentarnos para permitir la continuidad de la existencia propia y de la especie. De este modo, ofrecen un beneficio directo al individuo. Todo esto parece muy fácil, casi de perogrullo, hasta que nos vamos a los matices de cada una de estas acciones, pues ¿qué es lo que definimos como beneficio en cuanto al indivuduo si no sabemos qué repercusiones tiene nuestro actuar en el devenir natural final de la experiencia? O, de otro modo, lo que actuamos ¿resulta finalmente en un beneficio concreto para ese individuo? ¿Sólo para él, o también para los demás? O, ¿es que el beneficio es para otros y no para quien actúa? Es ahí donde empiezan los problemas. Todas estas interrogantes son aplicables para las acciones enseñar y aprender, lo cual nos debiera llevar a ver la necesidad de depurar objetivos concretos que nos lleven a los fines últimos de estas acciones.

Volviendo a la idea anterior, queda claro que si no comemos, no bebemos y no nos relacionamos ya no existiríamos sobre la faz de la tierra. Por lo tanto eso ya esta resuelto, haremos todos esas acciones. El problema es qué comemos, qué bebemos y cómo nos relacionamos, pues no es lo mismo comer ensaladas que hamburguesas del McDonalds durante un mes, no es lo mismo beber un litro de alcohol que un litro de agua, ni relacionarnos en base al amor o al odio (aceptando toda la variabilidad que esos conceptos implican) en lo social y sexual. Aquí viene entonces la reflexión que nos acerca a la motivación de un acto de mayor complejidad teórica-abstracta que los anteriores: ¿qué nos motiva a estudiar, aprender y educar? ¿Son verdaderamente éstos actos indispensable en nuestras vidas?

Todo esto que expongo tiene por finalidad proponer que cada uno de nosotros busque cuáles son las razones que a lo largo de la vida (pues sin duda van cambiando) nos han llevado en algún minuto a desear aprender, estudiar o enseñar. Creo que podría ser una buena manera de poner las directrices base de lo que será la nueva educación del mañana. Debemos enfocar nuestras acciones en lo que sabemos y descubrimos de nosotros mismos, de los seres humanos en sus distintas etapas. Creo que, por ejemplo, podríamos escuchar más a los niños y las razones socioculturales de su comportamiento a la hora de establecer nuevas actividades y estructuras educacionales. Pero por sobre todo, creo que se debiera atender a la necesidad de la cual he estado hablando: enseñar en función de la estimulación natural de la “necesidad” de aprender de quien estamos educando, es decir, expliquemos a nuestros niños por qué es bueno que sepan leer, o por qué es bueno que sepan matemáticas, leer libros, hacer música, hacer deporte, conocer el cuerpo, conocerse a si mismo… Desde el minuto que dejamos este objetivo como prioridad a al hora de enseñar, hemos eliminado parcial o totalmente la posibilidad de generar individuos críticos y concientes ante su mundo.

Como reflexión final quisiera que cada uno de nosotros recuerde sus años como estudiante en todos los niveles y recuerde cuántas veces se nos explicó de forma sistemática el fin último de nuestra enseñanza. Creo que, por lo que he conversado con mucha gente, la respeta tiende a ser que algunos profesores, los con más carisma y vocación tomas esa responsabilidad a título personal y son capaces de entregar humanidad y no solo información en sus clases, dejándonos aquella motivación de la que hablo, pero claramente ninguna de esas iniciativas resulta de un establecimiento sistemático de directrices curriculares a ese fin.

GIDECH

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